La lluvia,
ese incesante trinar inmaculado,
golpea con furia,
con la desmedida pasión
de los dementes,
cada cristal en llamas,
cada lámpara o poema.
Un rayo,
con su brillante sonrisa de pirómano,
cruza ese cielo otrora azul,
y me ilumina.
Las gotas,
acarician mi espalda
con sus dedos de plata,
me recorren despacio,
sin prisas,
mientras, yo, te espero.
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