sábado, 18 de octubre de 2014

Tiempo

Alguien dirá después que ya no hay tiempo.

Después de que el reloj se autolesione
y se extirpe las flechas que señalan sus pasos.
Después de que el otoño amarillee
las últimas hojas de un calendario.

Alguien alzará su voz por encima del viento
para gritar que ya no hay tiempo
 y cerrará la puerta
como quien sutura una falla
que vibra en la epidermis.

Y dejará sin sentido el sentido de lucha,
y dejará sin aliento a este ciento volando,
como quien cercena sin tregua
cada primer rayo de sol de cada día.

Pero yo alzaré mi voz
por encima de esa voz
que se alza por encima del viento,
y gritaré, hasta romperme el alma,
hasta que sangren los ojos
del silencio ancestral
que me gobierna,
que nada nos pertenece,
salvo el tiempo.

Que no tenemos nada,
excepto tiempo.

Gritaré como gritan
los hijos de la guerra,
los que sólo han vivido
para la guerra,
y tienen la voz adaptada
al fragor y a la metralla,
a la sangre, a la ceniza,
al terror, a la morfina,
a la muerte y al orgasmo,
que sí,
que queda tiempo,
y que de hecho
el tiempo es lo único que queda
cuando ya no queda nada.

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