Aguza el oído, pon la máxima atención,
detrás de ti, en este mismo instante
se alza amenazante la mano
que acabará contigo.
Percibe su sombra.
Siente la vibración sutil del aire,
o su emboscado aroma...
Recurre, si aún puedes,
al vestigio,
a las ruinas humeantes de lo que fue en su día,
(un día gris, y lejanísimo),
el instinto.
Entonces (si lo logras), podrás prever,
y estar a salvo, quizá mágicamente.
Como la gacela, que se arquea,
antes incluso de que el viento
arrastre, oportuno, el hedor del guepardo,
agazapado y hambriento.
Ahora puedes respirar tranquilo,
ya se ha acabado el poema y la mentira...
Si he conseguido que un instante
hayas sentido el vaho y la amenaza...
Si esta no es la primera vez
que miras de reojo,
entonces... estará hecho.
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