viernes, 30 de noviembre de 2012

Olor a Infierno


Qué más quisiera yo que este declive,
que esta falta total de fuerza y ganas
no barriera el paisaje y sus contornos.

Cómo me gustaría rebelarme,
alzar mi voz al viento, hallar el modo,
de girar la moneda a mi favor
como un hábil tahúr, como el destino.

El caso es que el ingrávido jadeo
que astilla la razón y la costumbre,
con su terco vaivén insoportable,
con su tic y su tac, su escalofrío,
arremolina papeles amarillos 
a los pies de mi puerta carcomida.

Es posible que un trino vacilante,
un trémulo canto incandescente
cauterice sin miedo las heridas.
Tal vez el sol, mañana, u otro día
acaricie la suave decadencia
y la vida florezca en estas grietas.

El caso es que un olor es imborrable.

Cuando la pituitaria se amotina,
y devuelve rescoldo a la ceniza
nada se puede hacer, estás perdido.

Así, desde el edén, algunos días,
podremos percibir olor a infierno.


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