Jugándole al futuro con faroles,
jamás podré vencer, por eso pierdo,
por eso los laureles que recuerdo,
no aroman, de mi sien, los caracoles.
Y cuando la batalla está perdida,
y arrastro el corazón, como alma en pena,
la miel de la canción de la sirena
se empapa entre la costra de mi herida.
No negaré que, a veces, la victoria,
perdura mucho más en la memoria;
negarlo es no afrontar la bancarrota.
El caso es a mi juicio no es tan grave,
y aquel que la ha sentido, ya lo sabe,
la infame dignidad de la derrota.
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