jueves, 21 de octubre de 2010

El otoño


Anochece y el frío me atenaza,
igual que el miedo cuando paraliza.
Va muriendo esta tarde de ceniza,
la gélida tiniebla me amordaza.

El alma se me ha vuelto quebradiza,
la ausencia se presenta y amenaza,
nada aplaza al dolor y nada aplaza
el tedio en esta tarde gris, plomiza.

Los dioses otoñales me destrozan
acuchillan el alma a mis tobillos,
y le apagan la luz a lo que escribo.

Amarillo se vuelve lo que rozan,
el otoño le da más amarillo
al lúgubre escenario del derribo.

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